Tengo la certeza que son los tiempos de oscuridad los que dejan las mayores lecciones. Desde hace algún tiempo que me encuentro atravesando un tiempo de oscuridad como ningún otro y como ya debes imaginar, estoy aprendiendo las más grandes lecciones. También este tiempo, ha puesto de manifiesto, la presencia de personas que siempre estuvieron junto a mí y a las que sin embargo no valoraba en la dimensión que ahora tienen para mí.
Ayer, precisamente, conversaba con una de ellas, un tiempo que valoro mucho. Si tú has tenido la dicha de sostener una conversación, que enriquece tu alma, entonces sabes lo inapreciable que es el tiempo en la compañía de estas personas. Sencillamente porque, a cierta edad, uno ya no tiene tiempo para conversaciones sin alma, uno empieza a valorar más la forma en la que decide invertir su tiempo.
Una de las lecciones que aprendí recientemente, tiene que ver con el agobio que cargamos cuando queremos resolver aquello que no esta en nuestras manos, una costumbre mal adquirida, cuando nos damos a la tarea de resolver problemas propios e incluso ajenos.
Si, puedo asegurarte que es una costumbre mal adquirida, porque llenamos nuestros días de agobio, y no siempre puedes ser de utilidad, a veces, como en mi caso en este tiempo, te toca ver cómo se van suscitando las cosas sin poder hacer nada.
Bueno, si tú, como yo, te has contado el cuento que siempre podrías hallar una solución para cada problema, sabes que nada, absolutamente nada depende de tí, que si pudiste hacer algo, en el pasado, fue porque Dios te lo permitió, fue porque tuviste el privilegio de ser el instrumento de Dios en la vida de alguien, puede que sea así, incluso en la tuya.
Lo cierto es que hay que devolverle el poder a quien realmente le corresponde, no eres tú; siempre es Dios dando solución a cada problema que tú o los tuyos hayan o estén atravesando.
Dejas de agobiarte preguntándote: "¿qué hago?" y empiezas a preguntarte: Dios, ¿qué quieres que haga?
Un buen dia, ves cómo, en primer lugar, te vas llenando de aceptación, ya no inicias una pelea sin sentido con una situación que por más que te resistas o pienses no cambia. En segundo lugar, desde la paz que ahora eres capaz de albergar, vas a empezar a ver con absoluta claridad lo que Dios quiere que hagas o el lugar que quiere que ocupes en determinada situación.
Cómo siempre entre un escenario u otro, la diferencia entre estar bien o no, depende enteramente de tí y de la decisión que vayas a tomar.
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