domingo, 19 de abril de 2015

LA FE QUE ALEJA LOS TEMORES

Amigos, Bienvenidos!!:
¿Cómo les ha ido esta semana?, espero que todos sus planes sigan en marcha, que todas sus ilusiones sigan vivas pero sobre todo espero que el calor que anida en sus corazones siga mas vivo que nunca!!!.
Las experiencias de la vida muchas veces vienen como un torbellino, parece una montaña rusa que no se detiene nunca, pero si uno aprende a mantener la paz incluso en medio de la tormenta, verá cómo un mundo nuevo y maravilloso jamás distinguido antes se revela ante nuestra simple mirada.

Hoy quiero compartir con ustedes una historia de una profunda enseñanza:

LA HISTORIA DE DOÑA ANITA

Doña Anita es una vieja-viejísima-viuda-viudísima que vive en una ciudad de cuyo nombre prefiero no acordarme. Porque esto que voy a contar es una historia absolutamente real, aun cuando tenga tanto olor a fábula como tiene, Doña Anita tuvo la desgracia de enviudar a los cuatro días de casada, pues su marido («su Paco», dice ella) murió siendo no se acuerda si teniente o capitán en una lejanísima guerra, que ya no está muy segura si fue la de África o la de Cuba. Lo que sí sabe doña Anita es que su Paco la dejó con el cielo y la tierra. Que de él sólo queda una preciosa fotografía, ya amarillenta; unas viejas sábanas de seda, que sólo se usaron cuatro noches, y una pensión de 5.105 pesetas (Aproximadamente 30 euros). Con este fabuloso sueldo vive doña Anita, convertida ya en una gacela antediluviana, rodeada por un mundo de monstruos. Pero doña Anita se las arregla para que sus cinco billetes lleguen a fin de mes, dando por supuesto que las primeras 105 se las gasta cada día 30, al cobrar, en una vela, que enciende en honor y recuerdo de su Paco. Hace no muchos meses, un día 30 pagaron a doña Anita su pensión con un solo billete de 5.000, un billete de 100 y una moneda de 5 pesetas. A doña Anita le alegró tener por primera vez en las manos aquel billete, que le parecía un premio gordo, pero al mismo tiempo le entraron todos los temblores del infierno ante la hipótesis de que pudiera perderlo. No estaría segura hasta que, a la mañana siguiente, lo cambiara en la tienda. Y los sudores del infierno llegaron cuando, al ir a pagar sus verduras, después de su misa, se encontró con que, a pesar de todas sus precauciones, o quizá a causa de ellas, el billete de 5.000 no aparecía. Doña Anita revolvió y volvió del revés su bolso, Pero nada. Hizo cinco veces el camino que iba de su casa a la iglesia y de la iglesia al mercado. Pero nada. Buscó debajo de todos los bancos del templo, corrió los muebles todos de su casa. Y nada. La angustia se hizo dueña de su corazón. ¿Cómo podría vivir ahora los treinta horribles e interminables días del mes si no tenía un solo céntimo en el banco, si todas las personas a las que conociera en este mundo estaban ya en el otro? Volvió a recontar todas sus cosas y comprobó, una vez más, que no quedaba nada de valor por vender... salvo, claro, aquellas sábanas de seda viejísimas, aquel juego de café de plata que le regalaron sus hermanos el día de su boda y aquel viejo medallón de su madre. ¡Pero vender eso sería como venderse a sí misma!. Malcomió aquel día con las sobras que quedaban en la vieja nevera y apenas durmió en la larga noche. «¡Eso es! -pensó entre dos sueños angustiados-, ¡el billete lo perdí en el ascensor, al bajar para ir a misa!» Se levantó temblando y, con un abrigo encima del camisón, salió a la escalera. ¡Pero ni en el ascensor ni en la escalera había nada! Y regresó a su lecho como una condenada a muerte. A la mañana, cuando salió a misa -Dios era ya lo único que le quedaba- clavó en la cabina del ascensor una tarjetita en la que anunciaba que si alguien había encontrado un billete de 5.000 pesetas hiciera el favor de devolvérselo a... Pero lo clavó sin la menor de las confianzas. Aquella misa fue la más triste en la vida de doña Anita. Cuando el sacerdote comenzó a rezar el «Yo pecador», la viuda-viudísima se acordó de que ayer, en una de sus idas y venidas, se había cruzado en la escalera con la otra viuda del cuarto -ésa a la que los vecinos llamaban, para distinguirla de ella, la viuda alegre, y no sin motivos, según decían- y había comprobado que acababa de estrenar un precioso bolso de cuero. ¡Ahí estaban fundidas sus 5.000 pesetas! ¡Era claro como la luz del día!- Pero mientras el sacerdote leía el Evangelio, doña Anita recordó que las dos chicas del tercero, ésas que volvían todas las noches a las tantas, con sus novios, en motos estruendosas, habían llegado ayer aún mucho más tarde de lo ordinario. ¡Y doña Anita tembló ante el simple pensamiento de lo que aquellas dos perdidas hubieran podido hacer con sus 5.000 pesetas! Cuando el sacerdote recitó el ofertorio vino al pensamiento de doña Anita su vecino del segundo, el carnicero, un comunista malencarado, que ayer la miró, al cruzarse con ella en la escalera, con una mirada aviesa y repulsiva. ¡Dios santo, en qué habría podido invertir el comunista ese su dinero! En la consagración fue don Fernando -ese que decían que vivía con una mujer que no era la suya- la víctima de las sospechas de doña Anita. Y como la misa aún duró diez minutos, fueron todos los vecinos, uno a uno, convirtiéndose en probabilísimos apropiadores de la sangre de doña Anita.

Sólo cuando al ir a entrar en su piso -rabia le dio entrar en aquel bloque de viviendas corrompidas- tropezó doña Anita, y al caérsele el misal, salieron de él doce estampas y un billete de 5.000 pesetas, se dio cuenta la vieja de que era ella tonta-tonta-tonta la culpable de sus sufrimientos. Y cuando se disponía a salir jubilosa hacia el mercado, alguien llamó a su puerta. Era la viuda del cuarto, que, miren ustedes qué casualidad, había encontrado la víspera un billete de 5.000 mil pesetas en el ascensor. Cuando ella se fue, pidiendo mil disculpas y diciendo que sin duda era de algún otro vecino que lo había perdido, llamaron a la puerta las dos chicas del tercero, que también ellas -¡qué cosas!, ¡qué cosas!- habían encontrado en la escalera otro billete de 5.000 pesetas. Luego fue el carnicero, y éste había encontrado no un billete de 5.000 pesetas, peso sí cinco billetes de 1.000 pesetas nuevecitos y juntos. Después subió don Fernando y una docena de vecinos más, porque -¡hay que ver qué casualidades!- todos habían encontrado billetes de 5.000 pesetas en la escalera. Y mientras doña Anita lloraba y lloraba de alegría, se dio cuenta de que el mundo era hermoso y la gente era buena, y que era ella quien ensuciaba el mundo con sus sucios temores. (José L. Martín D.)

¿Qué les ha parecido?, la historia ilustra a la perfección lo que somos capaces de motivar con nuestros pensamientos.
El mundo es hermoso, por lo menos así y a fuerza de tanta caída lo he comprendido y creo (al igual que la historia) que en el mundo hay muchas "Anitas" que caminan por ahí guardando muchos temores y emitiendo muchos juicios en falso en contra de personas a las que muy escasamente conocemos.

Puede ser que la vida nos tenga reservado un cúmulo de bendiciones pero si no somos capaces de descansar confiados en la gracia de Dios, retrasaremos todo lo que nos corresponde porque la confianza y la certeza serán rápidamente reemplazadas por las dudas y los temores que lo único que lograrán es convertirnos en personas completamente inseguras.
Cuando caminamos seguros de que es Dios quien maneja los hilos de nuestros destinos no hay lugar para dudas o temores porque sabemos que nuestro padre esta velando por nuestro bienestar.

Es igualmente importante no olvidar que solo Dios tiene la capacidad de juzgarnos, nosotros no podemos adelantarnos a formular determinado juicio de ninguna persona (sean conocidas o no), sin embargo en nuestra condición de seres humanos somos imperfectos, cometemos errores y solo por medio de ellos es que aprendemos duras lecciones.

Una forma de no incurrir en un juicio erróneo, es limitar nuestra mirada a nuestra propia existencia, a lo que podemos o no hacer en ella, a nuestro propio accionar a la espera de que sea Dios quién tome las riendas de cada uno de nuestros problemas, angustias o frustraciones.

Mantener la mirada puesta en nuestra propia vida no solo mejorará nuestra relación con aquellas personas con las cuales interactuamos cada día, sino también mejorará nuestra relación con Dios y es que manteniendo nuestros pensamientos dirigidos a nosotros mismos y lo que concierne a nuestras vidas lograremos callar lo que me gusta llamar "la bulla intelectual", pues desperdiciamos enormes cantidades de tiempo pensando en otras personas y la forma en la que llevan sus vidas, cuando en realidad esta es una empresa que corresponde solo a Dios.

Lo que normalmente sucede, es que uno encuentro aquello de lo cual esta lleno su interior, de ahí que se suele decir que si uno ha sido objeto de la maldad de una persona en particular, lo más sano para el espíritu es sentir pena por aquella persona, pues realmente el mal se lo ha ganado ella misma.
Lo mismo sucede con otras facetas de las personas, pues si uno se da a la tarea de fomentar los chismes, las mentiras o incurre en traiciones lo más probable es que se vea rodeado de personas con las mismas características.

El mundo es un lugar maravilloso, pero es necesario que primero limpiemos nuestra propia vida. Alguien puede decirme que uno no puede caminar por ahí con cierta "ingenuidad" pues viendo como esta el mundo, las razones sobran para tal aseveración pero si nos concentramos en la historia con la cual inicie este apartado, repararemos en que "Doña Anita" pudo esperar que sea Dios quien obre en la persona que encontró el billete y confiar en que Dios no será sordo a sus oraciones; en lugar de ello empezó a tipificar  a cada persona que vivía en su edificio con la probabilidad de que hayan encontrado el billete.

Una vez más, la vida parece decirnos que vivir es más sencillo de lo que realmente parece; son nuestras propias acciones, nuestros propios pensamientos e inseguridades, nuestra falta de fe, las que determinan cómo viviremos y que mundo encontraremos ante nosotros.

Espero que esta historia les haya sido de utilidad, sobre todo para descansar confiados en Dios y no albergar más dudas o temores, para darnos cuenta que lo único que debe importarnos es nuestra propia vida, sin que ello signifique que no seamos capaces de brindar nuestra ayuda cuando sea posible.

Que tengas una preciosa semana!!. Hasta la próxima.






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